Por Luis Pérez
Cuando era pequeño tenía una pandilla. Éramos cuatro chicos que habíamos crecido juntos en el mismo barrio. Nos gustaba escuchar rap, patinar en el parque y andar por las vías del tren pintando muros con spray. Íbamos de raperillos para expresar la incipiente energía adolescente que nos corría por el cuerpo. Estaba el BEYK (el que rapeaba y pintaba de verdad), el SACE (ideólogo de las grandes aventuras y el que nos enseñaba la mejor música), el MIKE (siempre dispueto a todo y el más sanote) y yo, el KEY. En mi caso, no rapeaba bien, pintaba más o menos, y me cargué el monopatín intentando saltar por encima de un banco. Además era el más canijo, apenas levantaba un metro y medio del suelo, pero era el de las bromas que hacían reir a los demás. Era mi pandilla y éramos inseparables.