Por Antonio Golmar
¿Misógino o feminista? ¿Iconoclasta o simplemente sádico? El gran éxito de las películas de Alfred Hitchcock entre las mujeres le valió el desprecio de muchos críticos y colegas, que consideraban que el éxito comercial basado en el público femenino era una prueba de mediocridad y frivolidad. Pero no sólo los hombres atacaron a Hitchcock por su presunta ligereza. En los años 50 del siglo pasado, Susan Sontag denunció la llamada “nueva sensibilidad” representada por el británico. Décadas después, en una entrevista concedida en 2004 a Vicente Molina Foix, la ensayista norteamericana decía que “No veo razón para lamentar que no tengamos [en los EE.UU.] un Hitchcock. Tampoco tenemos a un Thomas Mann, no hay un T. S. Eliot. ¿Por qué tendría que haber un Hitchcock?… No comparto tu admiración por Hitchcock, pero, en el supuesto de que fuera un gran cineasta, no veo por qué hay que esperar que aparezca algo semejante”.
La polémica sobre Hitchcock y las mujeres no cesa. Recientemente se ha publicado en España Las damas de Hitchcock, del norteamericano Donald Spoto. En su tercer libro dedicado al director británico, el crítico nos recuerda las peculiares relaciones del cineasta con algunas de sus actrices, a las que no dudó en humillar debido según parece a sus propios complejos físicos y a su incapacidad para establecer relaciones con ellas. Spoto no se resiste a entrar en el asunto de las orientaciones sexuales del inglés y sus veleidades homófilas, reflejadas tanto en su entorno personal y profesional como en algunas de sus películas, especialmente Extraños en un tren y La soga.
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