Por Miguel A. Delgado
El título de este post lo he cogido prestado, conscientemente, de la crítica que Jordi Costa hizo en El País de Déjame entrar. Porque resulta difícil encontrar un ejemplo más contundente en los últimos tiempos de una cinta que sea capaz de incorporar la ternura y lo monstruoso, lo terrible y lo delicado, la conciencia de que en un mundo como el que nos acoge parece cada vez más difícil encontrar algo a lo que agarrarnos para definir de manera concisa y clara qué es el bien y qué el mal. Porque, al igual que la nieve puede asfixiar cualquier flor que pretenda surgir en la oscura y gélida noche sueca, la vida llena de rutina y aburrimiento, de falta de perspectivas y de objetivos de los habitantes del barrio donde se encuentran los protagonistas sólo puede matar cualquier sentimiento, cualquier afecto, cualquier amor.