En el invierno austral de 1997, caminaba yo una tarde por Buenos Aires, donde la empresa para la que trabajaba me había enviado, cuando algo me dejó boquiabierto. En un cine proyectaban la película El sueño de los héroes. Me pregunté si estaría basada en la novela homónima de Adolfo Bioy Casares, una de las historias más fascinantes que he leído y que en sus pocas páginas encierra todas las angustias que reflejan miles de años de reflexión sobre la libertad y el sentido de la vida. Así era, de modo que sin dudar entré en la sala lleno de emoción y de expectación.
Por suerte la película, una adaptación del texto Bioy por Jorge Goldemberg y Sergio Renán y dirigida por el segundo, estaba a la altura de esa historia que durante años tanto me había hecho pensar y algunas de cuyas escenas seguían persiguiéndome, especialmente en momentos de soledad como los que vivía en la capital argentina, ya que salvo los compañeros de trabajo de allí no tenía prácticamente nadie con quien hablar o compartir mi tiempo.