
Homo gafapastensis tridimensionalis
Por Miguel A. Delgado
¿Habéis experimentado ya vuestra primera experiencia tridimensional? Yo, sí, con Monstruos contra alienígenas.
Uno, como Clásico del programa (según clasificación entomológica de nuestra nunca lo suficientemente ponderada presentadora en su post inaugural), aún tiene recuerdos de las tentativas tridimensionales, normalmente aplicadas al género del terror, y que no se diferenciaban demasiado de los primitivos intentos de los años cincuenta. Eso sí, salvo algún susto aislado (recuerdo muy bien una escena en la que un coche se empotraba por detrás contra una camioneta llena de tubos, y uno de ellos se deslizaba contra nosotros), lo más que le quedaba a uno era un bonito dolor de cabeza, y unas risas si por casualidad mirabas hacia atrás y veías a todo el mundo con aquellas ridículas gafas de cartón y papel de charol azul y rojo (seguro que los oftamólogos, vulgo oculistas, de hoy en día, se echarían las manos a la cabeza).
Pues todo eso ya pasó, porque poco dolor de cabeza, tan sólo una ligera molestia a los que ya llevamos gafas de serie y tenemos que añadir las necesarias para el 3-D. Y hasta han sido tan cucos los diseñadores, que han dejado a un lado los diseños rudimentarios para crear unos auténticos quevedos de gafapasta (bueno, de plástico, pero es que eso pasa con muchas de las supuestas gafas de pasta de hoy en día), con los que cualquier sujeto carne de filmoteca podrá penetrar en el territorio desconocido de los multicines de centro comercial sin sentirse fuera de su hábitat.