Por Silvia García Jerez
Corría el año 1991 cuando, en un cine de esos actualmente reconvertidos en otra cosa de la zona centro de Madrid, en este caso un hotel, se proyectaba una película de título fácilmente pronunciable pero de características imprevisibles: Europa. Como a mí me gustan tanto los experimentos en materia de celuloide, eso de descubrir nuevos tipos de narración, nuevos autores, historias poco convencionales y todo aquello que los amantes de lo comercial denominan simplemente “cine raro”, me animé a entrar en esa sala. Una sola. Tal vez por eso el antiguo cine Alexandra ahora en lugar de butacas tiene camas.
Sigue leyendo