Por Francesca Aldrich
Tengo que reconocer que me sentí halagadísima cuando entrando en la sala para entrevistar a nuestro querido Benicio del Toro, se me puso en pie. Qué hombre más galante. Pasada la vergüenza inicial de este nuevo gesto para mí al menos, y tropezando levemente, saqué mis notas y empecé a observar.
Hombre de gran pelo este chico, que le sienta mejor que la enorme cabellera que le coloca Rick Baker, por cierto uno de los maquilladores mas galardonados de la industria, nada más y nada menos que en su haber 6 Oscars (El Grinch, Hombres de negro, El profesor chiflado, Ed Wood, Bigfoot y los Henderson y Hombre-lobo americano en Londres. La ojera de Benicio es permanente y sexy, tengo que decir, y eso que no me atraen los hombres morenos. Es un ser humano grande, que no gordo y me reconoció que adelgazo muchísimo en esta película debido al sudor producido por el vestuario y las largas horas de rodaje con el mismo puesto.
En esta película hace de productor y actor, roles compatibles según el, pero que me parecen complicados de compaginar ¿Cómo te pones el sueldo? ¿Cómo regañas al director? ¿Como consigues parecer imparcial? Complicado y yo creo, y leo entre líneas, por el lenguaje corporal de Benicio que particularmente esta experiencia no le gustó demasiado. Pero insisto, es mi propia opinión, sin ningún fundamento solido.
Me reconoció que le gusta la figura, el personaje, el mito del Hombre Lobo. Desde que lo veía de pequeño sin miedo alguno, claro sin sonido. Universal ya inició este camino de explotación en los años 30 y 40, estrenando lo que sería una nueva forma de entretenimiento, películas de monstruos como Drácula, Frankestein, La momia, El hombre invisible. Y fue, claro está, Lon Chaney Jr. quien en 1941 nos inculcó a todos el miedo al enigmático Hombre Lobo. Menos mal que luego apareció nuestro querido Félix Rodríguez de la Fuente que nos dijo que los lobos de por sí no eran malos ¡Ja! Y yo me lo creí durante un tiempo, pero que se lo pregunten a mi niña, que cada vez que estamos caminando de noche por el campo, su primera figura de terror es el lobo. Un aullido con luna llena y algo de viento y pueden acabar con mi pobre y maltrecho corazón. Y yo por si acaso, para la entrevista, me atiborré de las maravillosas piezas de plata de mi amigo Chus Burés. Por si no lo sabían, la única manera de matar a un hombre lobo es con una bala de plata.
Pero volviendo a lo nuestro, esta película no me ha impactado demasiado. Tampoco es para no recomendarla, ya que solo por ver a Sir Anthony Hopkins como padre y lobo de Benicio, merece la pena. Aunque algunos critican que el querido Hopkins, ya toda una institución, se parece mucho a Hannibal Lecter. Puede que tengan razón, pero aun así lo borda. Se siente cómodo en el paisaje árido y desolador de una mansión que parece abandonada, y en su gruta se enjaula para no herir, hasta que se cansa de ello. Es solo a través de las visiones de una gitana, interpretada por Geraldine Chaplin que sabemos, intuimos que esto es solo el principio. Y le pregunté a Benicio si habría secuelas… titubeó y miro hacia arriba… y parafraseó “depende de Universal”, yo no sé… Bueno pues ahí queda.
Entre medias de todo el horror hay una breve pero intensa historia de amor entre Benicio, (Lawrence Talbot) y Emily Blunt, (El Diablo viste de Prada), esposa de su hermano. Y es gracias a ella que nos dejan un poso en el subconsciente que puede ser que todos seamos, en el fondo, buena gente. De algunos que no mencionaré, no me lo creería. Ni podría decir las iniciales porque, aunque no creo que lean mi blog, sí pueden tener espías.
El director Joe Johnston tiene en su haber curricular éxitos de taquilla como Parque Jurásico III, Jumanji, y Cariño, he encogido a los niños. Pero se le nota que no fue la primera elección y pilló el proyecto en avanzado estado de composición… (jugando estoy con las palabras claro) y bueno él hace su deber y cumple.
Benicio, tú sí que sabes y seguro que disfrutarías Madrid en tu visita, con muchos amigos. Gracias por levantarte ante una dama, gestos como estos no se ven ya muy a menudo. La siguiente vez me levantaré yo.