Por Silvia García Jerez
Recientemente acabé de leer Desde mi cielo, conocida novela de Alice Sebold sobre una adolescente a la que su vecino viola y descuartiza sin que éste sea sospechoso de nada y ella, a lo largo de los años va viendo desde el cielo cómo su familia afronta su desaparición y el culpable se va deshaciendo de las pruebas con cada vez menos posibilidades de que lo atrapen.
Dicha novela es la nueva incursión de Peter Jackson en la dirección después de aquel fiasco de remake de King Kong y finalizar la lectura del libro me ha hecho reflexionar sobre las adaptaciones de textos literarios a la gran pantalla. Porque suele decirse que la novela es siempre mejor que la película, cosa con la que no suelo estar de acuerdo. Es verdad que una novela puede ser, y generalmente lo es, mucho más rica que las imágenes que vemos de ella. Y eso es porque una imagen, aunque valga más que mil palabras, es a menudo insuficiente. Una palabra es muy descriptiva y trasladarla a medio visual puede ser muy complicado. ¿Cómo traducir con facilidad el adjetivo suave? Como buenamente puedas. Ahí está la versatilidad del director, en saber trasportarnos a ese mundo que la palabra explica con sencillez y que todo un decorado puede no ser capaz de captar.
Pero hay una cosa que nos lleva inevitablemente a decidir que la adaptación es peor que el original y no solemos darnos cuenta de ello: lo que nosotros imaginamos al “ver” la novela no es lo mismo que imagina el director, y nos cabrea. No solemos coincidir ni con la elección de los protagonistas ni con el estilo visual elegido. Y salimos echando pestes. Hay excepciones claras, caso de la Lisbeth Salander de Millenium, que medio mundo ha alabado por su cercanía y exactitud con la descripción, pero lo lógico es que cada lector tenga su idea de lo que va a ver y ninguno la encuentre reflejada en la pantalla.
Yo soy partidaria de olvidarse de las adaptaciones fieles. Ir con la mente abierta al cine, a descubrir si la película se parece en algo a lo que yo leí. No al revés. Sólo así puedo encontrar parecidos más que razonables, como con Las horas. O una narración más plena y por lo tanto más completa y mejor que la que el autor me ofreció, por ejemplo, La tapadera, que para mí supera a la obra de John Grisham, o Elegy, que Isabel Coixet superó ligeramente con respecto a lo publicado por Philip Roth.
Así las cosas, y a la espera de que en enero podamos ver Desde mi cielo, le he echado un vistazo al trçailer que ya circula por la red. Y llego a la conclusión de que Peter Jackson ha mejorado el libro. Mucho. Muchísimo. Porque donde yo leo el posible guión de un telefilme Jackson plasma una trama con fuerza. Si el malo es descrito como un pelele sin gracia ni personalidad, en las imágenes Stanley Tucci me parece perturbador y me asusta. Y si el cielo me recuerda, literariamente hablando, a un sitio absurdo con tan pocas posibilidades narrativas que apenas aparece en la novela, en el celuloide se me antoja el único lugar posible para que esa niña cuente su historia. Habrá que ver el resultado final, pero todo apunta a que, una vez más, y no son pocas, la película será mejor que el libro. En este caso no sería ni siquiera complicado.