Por Antonio Golmar
En 1992 Roman Polanski estrena Lunas de hiel, una adaptación cinematográfica de la novela publicada en 1981 por Pascal Bruckner, uno de los más lúcidos críticos de los cambios sociales, y a mi juicio quien mejor ha retratado la infelicidad, la insatisfacción y el aburrimiento que reinan en las sociedades desarrolladas contemporáneas.
Fiona y Nigel Dobson, un atractivo y acomodado matrimonio británico interpretado por Hugh Grant y Kristin Scott Thomas, se dirige a Estambul en un crucero rumbo a la India. Una noche, Nigel conoce a Mimi (Emmanuelle Signer), una francesa que baila en el bar del barco, y descubre que es la esposa de un misterioso escritor norteamericano (Oscar, Peter Coyote) residente en París.
“Todas las relaciones contienen la semilla de la farsa y la tragedia”. Así comienza Oscar, quien nunca ha publicado y que contempla el mundo desde una silla de ruedas, el relato de su enamoramiento de la joven Mimi, una estudiante de danza y camarera a quien conoce en un autobús. La historia excita la imaginación y despierta el deseo de Nigel. Su curiosidad y las ansias de liberarse de las ataduras impuestas por las convenciones y la frialdad de su esposa, le impulsa a visitar el camarote de Oscar para conocer la trágica historia del americano, marcada por la perversa relación sexual que inicia con Mimi, el posterior abandono y un accidente de tráfico, tras el cual la francesa regresa para casarse con Oscar.
El sadismo y la insania del relato del escritor no hacen sino acrecentar el morbo de Niegel, a quien Oscar propone un curioso trato: a cambio de escuchar su historia hasta el final, el inglés podrá disfrutar de una noche con Mimi. Sus frecuentes visitas a su nuevo amigo llevan a Fiona, aburrida y harta de esperar, a iniciar un coqueteo con Dado (Luca Vellani), un apuesto galán italiano.
El intento de Niegel y Fiona por reavivar su moribunda relación con una segunda luna de miel fracasa debido a una combinación de insana curiosidad e irresponsabilidad. Tal vez la clave de los problemas de Niegel no sea tanto la represión sexual, sino la inmadurez y la ligereza.
Elogiada por el uso magistral del flashback y criticada por su excesivo metraje (a veces se hace un poco larga), esta película se adentra de forma explícita y descarnada -¿demasiado?- en un universo oscuro y fascinante al mismo tiempo. ¿Es posible satisfacer los deseos sin caer presa de ellos? ¿Dónde están las finas líneas que separan la sublimación de la frustración, el amor del odio?
Diez años después de verla por primera vez, y en cierta forma curado de espanto, pensé que la inquietante mezcla de repulsión y fascinación que sentí entonces desaparecería. No fue así. Al contrario que películas como Nueve semanas y media, Lunas de hiel, una versión adulta de Alicia en el país de las maravillas, conserva todo el poder perturbador de la novela original y consigue epatar, seducir y asquear a partes casi iguales. Hay puertas que deberían dejarse siempre entornadas.