Por Miguel A. Delgado
No deja de ser curioso echar un vistazo a lo que hacen los cineastas que nos gustan cuando se salen de lo que más dominan. Estoy en estos momentos leyendo Nocturna, el primer volumen de la Trilogía de la Oscuridad escrita a cuatro manos por Guillermo del Toro y Chuck Hogan (aunque demasiada gente parece empeñada a fumigar a éste de la autoría del libro limitándose a hablar del creador de El laberinto del fauno, pero bueno), y aunque la cosa arrancó con mucho ímpetu y promesa, enseguida la decepción se ha abierto camino. ¡Vaya por Dios!
Del Toro, es uno de los directores más brillantes de nuestros días, algo que no se circunscribe sólo al fantástico, pero desde luego su creatividad no parece haber hallado en la prosa escrita (o al menos, en este libro) su mejor expresión. Tras un arranque de los grandes (un gran avión de pasajeros aterriza en el aeropuerto JFK de Nueva York con todos sus pasajeros muertos, en una acertadísima actualización del modo en como llegaba Drácula a Londres en la obra de Bram Stoker), enseguida las escenas previsibles, los sustos baratos, han venido a llenar las páginas del volumen. Y uno no puede dejar de pensar en los cuadernos de apuntes y bocetos de Del Toro, desde luego infinitamente superiores en calidad e interés a esta novela… salvo que nos dé por echarle todas las culpas a Hogan, claro… lo que estaría fatal: si todo el mundo se olvida de él a la hora de los méritos y la publicidad, no vamos a dejarle solo a la hora de los reproches. Guillermo, apechuga con lo tuyo, y esmérate con El Hobbit para que te podamos perdonar.