Mi querido cine español

Te doy mis ojosPor Silvia García Jerez

Hace unas semanas leí unas declaraciones de José Luis Cuerda en las que se lamentaba de la próxima, más pronto que tarde, desaparición del cine español. Como culpable señalaba sobre todo a la nueva ley, pero no es ésta la única variable que inclina la balanza a favor del vaticinio del director de Amanece, que no es poco.

Está claro que, de un tiempo a esta parte, internet y las descargas que la red permite, ha restado taquilla a películas muy esperadas o muy comentadas después de estrenarse, y si bien es cierto que al cine americano no le ha hecho ningún favor, al español le está dando la puntilla. Porque, admitámoslo, quienes no pudieron esperar a comentarle a sus amigos los nuevos capítulos de una de las más famosas trilogías de la historia no dudaron en pagar repetidas veces por ver las cintas en pantalla grande y con sonido envolvente, mientras que los que se bajan Pagafantas, al verla ya la han visto.

No jugamos con las mismas cartas. Aquí no contamos con dinero para gastar en efectos especiales pero sí mostramos personajes a los que podemos reconocer. A mí eso me interesa mucho más. Verme reflejada me parece más apasionante que ver a superhéroes volando de un estado a otro para detener un tren un segundo antes de que se dé contra un autobús. Ya sé que el tren no se va a empotrar contra nada gracias a ese tipo estrafalario, pero no sé lo que voy a hacer al llegar a casa y enfrentarme a un marido que me pega si le sirvo la leche fría.En la ciudad sin límites

Parece que la respuesta a mi comportamiento sólo me interesa a mí, a la actriz que la interpreta y a esa señora que, por obra y gracia de una taquillera a la que le encanta sentar juntas a las escasas personas que acuden a las salas, está a dos butacas de la mía y se pelea con la bolsa de patatas que tiene entre las manos, que como no se deja abrir hace a cada intento todo el ruido que se escucha en la sala. Porque cuando cuentas una historia de verdad la intensidad del sonido en la pantalla se reduce de la estridencia de la nada al silencio del todo. Y es entonces cuando las cosas pequeñas cobran la importancia que merecen, cuando el paro de unos hombres insignificantes se convierte en un problema que tú mismo quieres ayudar a solucionar, cuando te preocupa saber el secreto de un hombre enfermo que se escapa de su habitación de hospital para esperar a su mejor amigo en una estación de tren, cuando quieres correr más que la pobre pareja que, en medio de una montaña, se ve tiroteada por un enemigo invisible.

Verte en el cine es el auténtico espectáculo. Un par de horas oyéndote hablar sin cansarte al hacerlo, un rato de tu vida en el que conoces unos nuevos vecinos, extremadamente parecidos a los que te esperan en el piso de arriba. Creo que vale la pena descubrir cómo somos en ese tiempo de ocio y si seguimos prefiriendo saludar a gente irreal que en ningún caso va a salvarnos si nuestro tren descarrila, habremos de darle la razón a José Luis Cuerda y será una de las pocas veces en que no haya querido aplaudirle.

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