Por Silvia García Jerez
Corría el año 1991 cuando, en un cine de esos actualmente reconvertidos en otra cosa de la zona centro de Madrid, en este caso un hotel, se proyectaba una película de título fácilmente pronunciable pero de características imprevisibles: Europa. Como a mí me gustan tanto los experimentos en materia de celuloide, eso de descubrir nuevos tipos de narración, nuevos autores, historias poco convencionales y todo aquello que los amantes de lo comercial denominan simplemente “cine raro”, me animé a entrar en esa sala. Una sola. Tal vez por eso el antiguo cine Alexandra ahora en lugar de butacas tiene camas.
Lo que ví en esa proyección aún me impresiona y por eso lo recuerdo con cariño.. Un largometraje extraño, fascinante, con mezcla de blanco y negro y color en el mismo plano, dándole al color un significado concreto y aislado. Una voz narradora que sobrecogía. La de Max von Sydow. Casi nada. ¿Y quién ordenaba, en los dos sentidos del verbo, todo ese prodigio? Un danés llamado Lars von Trier.
Acababa de nacer un mito que se iría consolidando año tras año, película tras película. Cine duro, intenso, para aquellos espectadores a los que nos gusta ir al cine a pensar. Quiero creer que somos unos cuantos. Es sin duda más divertida esta actitud, ya que el ir soltando improperios mentales a medida que avanza cualquier cinta de Sandra Bullock, por ejemplo, no dice mucho acerca del que afirma no estar pensando mientras la ve. Sí está pensando y está pensando que lo que ve no le gusta.
Considero que Trier está en las antípodas de eso. Y para mí es algo positivo. Pero también admito que es un director muy extremo y que su cine no es para todos los públicos. No sólo cuenta historias que hacen reflexionar, sino que su estilo visual, sobrio y directo, por mucho que la cámara en mano lo niegue, no ayuda a que la historia se asimile mejor. Hay que tener en cuenta que von Trier no hace películas para divertir sino para remover conciencias, y si la conciencia se remueve, el estómago también. He visto cómo la gente se marchaba de Rompiendo las olas mientras yo disfrutaba con la dureza de sus imágenes, y admito que apenas pude soportar algunas escenas de su merecida Palma de Oro en Cannes, Bailar en la oscuridad, posiblemente el largometraje más escalofriante de su filmografía.
Es uno de los mejores del mundo. Él afirma que es el mejor, pero a todo hay quien gane y actualmente considero que Martin Scorsese y Clint Eastwood podrían pelear con él por el puesto. Pero sí es verdad que sólo Lars ha inventado un movimiento cinematográfico (al que ha bautizado como Dogma), que sólo él tiene que competir desde Europa con dos estrellas americanas a las que la publicidad ya les da el crédito que sus trabajos necesitan, y que sólo él se niega a pisar el continente que tanto critica y que no piensa reconocerle oficialmente, es decir, con una dorada estatuilla, el hecho de que lleve años renovando un arte que poco a poco se va quedando obsoleto.
¡Ostras, el cine Alexandra! Tienes toda la razón: yo lo asocio totalmente a ese cine, porque probablemente fue la única película que vi allí… Y en cuanto a «Europa»… ¿qué decir de esa voz de Von Sydow diciendo «at the count of ten… you WILL BE in Europa…»