Que no se ofenda Boris, pero… ¡Yo también quiero un gato como el de Coraline!

Dos gatos negros, el de Coraline y Boris

Por Miguel A. Delgado

Sí, pero que no cunda el pánico: Boris es mi felino particular, y siempre lo seguirá siendo. Pero no me importaría tener en casa también una figura del gato de Los mundos de Coraline, la extraordinaria cinta de Henry Selick que, entre sus muchos méritos, tiene uno que no es baladí: el haber servido para que mucha gente descubriera que tras la genialidad de Pesadilla antes de Navidad no sólo se ocultaba la creatividad de Tim Burton, sino el prodigio de uno de los pocos que han seguido creyendo en el stop motion tras el huracán que han supuesto las técnicas digitales.

Pariente lejano del gato de Cheshire, el de Coraline participa, como el resto de personajes de la película, de su condición de mixtura de influencias de muchos clásicos de la literatura infantil… pero clásicos clásicos de verdad, sin apaños de lo políticamente correcto, las historias de los hermanos Grimm o Hans Christian Andersen en las que los ogros se comían a la gente, los niños desobedientes podían perder los ojos o las manos, y la crueldad asomaba tras cada párrafo, aunque se escudara en las presuntas intenciones moralizantes.Los mundos de Coraline

Personalmente, no puedo evitar una sonrisa cuando escucho los lamentos de los líderes de opinión de turno que claman contra la influencia maligna de los videojuegos o de muchas de las formas de diversión de los niños. Les invitaría a que se dieran un paseo por los cuentos originales de escritores que ya forman parte de nuestro acervo cultural. Y sinceramente, el grado de sofisticación de su crueldad no tienen nada que envidiar a muchos de los productos que consumen esa infancia que, dicen, está desprotegida.

Muchos de nosotros crecimos con esos cuentos, y no creo que seamos ni mejores ni peores que los chicos de ahora. Tampoco ni más ni menos traumatizados. Pero por eso es una gozada asomarse a una película como ésta, deliciosamente perversa, que explota la vertiente cruel que puede ocultar la inocencia (al fin y al cabo, si ésta supone la incapacidad de juzgar, también puede ser capaz de concebir la mayor crueldad). Y para mí, adentrarme en ese jardín, en la casa y los pasadizos de la «otra familia» de Coraline me trajo recuerdos de, cuando chico, tenía miedo de un coco que estaba convencido habitaba en nuestro vestíbulo, y que yo adivinaba por las noches, al fondo del pasillo… Con ese miedo crecí, y no creo que eso me haya hecho demasiado daño…

¿O sí? Bueno, por si acaso, ya tengo mi particular gato negro. Y es que, como escribió el poeta Darío Jaramillo Agudelo:

Los gatos negros pasamos por debajo de las escaleras sin darnos cuenta.
A la hora de la cena, a la mesa podemos estar trece.
Los gatos negros nos juntamos con los gatos negros.
Los gatos negros no creemos en la suerte o el azar.
La plana ya está escrita
y no cambia por un rumbo, por una cifra o por otro gato.
Sabemos que existe el destino
y que los gatos negros nos iremos para el cielo.

2 Respuestas a “Que no se ofenda Boris, pero… ¡Yo también quiero un gato como el de Coraline!

  1. qué bonito es tu gato MA 🙂

  2. Miguel A. Delgado

    ¿A que sí, a que sí? 🙂

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