Por Francesca Aldrich
Tengo una teoría muy casera sobre la primera impresión. Soy de las personas que creen que se puede, en cinco minutos, saber muy bien cómo es por dentro, además de por fuera, una persona.
Y desde que tengo la inmensa suerte de pasar cinco minutos, y de reloj, en un hotel de lujo con los actores y actrices que brillan en la cartelera de cine, he sofisticado esta técnica, para analizarles e interpretar sus constantes vitales y no perderme nada de su paso por nuestras tierras. Necesito embaucarles, como ellos hacen con nosotros, para captar su atención y conseguir lo que aspiramos siempre en esta profesión, que es la respuesta brillante a la pregunta adecuada.
Y empiezo este periplo “psicocinéfilo” (palabreja de vocabulario propio) con uno de los guapos oficiales de este gremio: Eric Bana, citándome con él junto a los maravillosos jardines del Hotel Santo Mauro en una mañana soleada pero fría con un montón de periodistas, seguratas y relaciones públicas hablándonos en varios idiomas y en frenética búsqueda de soluciones a problemas alimenticios, logísticos y técnicos de los llamados stars a los que venimos a conocer.
Tengo que reconocer que lo que más te apetece es quedarme mirando, y dejar que el actor hable de lo que quiera, cuando quiera. Tal vez algún día me atreva a hacerlo, pero por ahora quisiera mantener mi trabajo y no ser tildada, ya tan “joven”, de neurótica.
Empezando por lo más trivial, que es cómo iba arropado su cuerpo (al fin y al cabo estamos hablando de primeras impresiones), tendré que deciros que iba impecable a excepción de los zapatos, que no me iban mucho. Su sonrisa era la oficial, la que sabe que tiene que poner y la dentadura, una fijación que tengo como buena americana, admirablemente bien cuidada. Y mucho pelo, demasiado repeinado para mi gusto, pero aun así guapo. Vaya, que el chico rezumaba salud en todos sus estados, aún con una leve barba de dos días. Le va bien y lo sabe.
Y la imagen de dentro, pues aun sonando a cliché, es la del típico ser que todos quisiéramos como novio de tu mejor amiga, como primo o hermano. Con esto digo que no desencadenó mis endorfinas de rubia alocada, me transmitió paz y muchísimo buen rollo.
Mi pregunta final, como ya viene siendo habitual, le llevaba más al terreno filosófico y dio la talla, me encantó lo que dijo y lo que no dijo con sus gestos:
–¿Qué es para usted, señor Bana, VIVIR DE CINE?
–Tener hobbies, muchos hobbies y trabajo fuera, ésa es para mí la formula de la felicidad.
Simple pero efectivo.
Y hablando de todo un poco, y sobre todo de la película que venía a estrenar como malo malísimo de la undécima versión de Star Trek, conocido como Nero (¡vaya nombre tecnológico!), le comente que eché de menos los tatuajes de su personaje y el me confesó que también. No le quedaban mal aunque afeaban su perfectamente equilibrado rictus.
¡Ah! Y me reconoció que no era fan de la serie televisiva de los años 60, pero que le apasionaba la idea de colaborar… vaya, lo que decimos todos en la primera entrevista. Después de haberlo visto como un frio y calculador Enrique VIII en Las hermanas Bolena; o en Troya, interpretando al valiente Héctor, líder de las fuerzas troyanas, o como el doctor Banner en la particular versión de Ang Lee de Hulk, me quedaba verle navegando por el espacio.
Reconozco que soy animal de siglo XX, pero si él va estar en el futuro, aunque sea el malo, tal vez me piense el quedarme.
Vuelve, Eric, cuando quieras, aquí en Vivir de Cine te esperamos con un buen vaso de vino y un plato de jamón (espero que no seas vegetariano, que te restaría puntos, y se me olvido preguntártelo, pero es que en cinco minutos… No da tiempo).
NOTA FINAL: Aunque no sepan ni cómo es la nave de Star Trek, ni quiénes son Spock o Kirk, al ser el comienzo de todo, les gustará. Entretiene y funciona (enhorabuena a J. J. Abrams), aun tomando palomitas con M&Ms, mi perdición…
¿Palomitas con M&M’s? Digestivo no suena mucho, no…