Por Miguel A. Delgado
El título de este post lo he cogido prestado, conscientemente, de la crítica que Jordi Costa hizo en El País de Déjame entrar. Porque resulta difícil encontrar un ejemplo más contundente en los últimos tiempos de una cinta que sea capaz de incorporar la ternura y lo monstruoso, lo terrible y lo delicado, la conciencia de que en un mundo como el que nos acoge parece cada vez más difícil encontrar algo a lo que agarrarnos para definir de manera concisa y clara qué es el bien y qué el mal. Porque, al igual que la nieve puede asfixiar cualquier flor que pretenda surgir en la oscura y gélida noche sueca, la vida llena de rutina y aburrimiento, de falta de perspectivas y de objetivos de los habitantes del barrio donde se encuentran los protagonistas sólo puede matar cualquier sentimiento, cualquier afecto, cualquier amor.
Déjame entrar es mucho más que una película de vampiros, por mucho que lo sea a su extraño modo, tan fiel a los cánones del género como, a la vez, revolucionario. Porque ni la criatura es glamurosa, ni exactamente malvada, ni más bella de lo que pueda ser una niña cualquiera que encontremos por la calle. Porque no es eso lo que la hace grande, única, una de las más extraordinarias películas que nos han llegado en años, no: es la línea que une a Eli con Oskar, a la no muerta con el vivo, una misma línea de soledad que termina llevándoles uno hacia el otro.
Quizá sorprenda que en una historia tan llena de momentos terribles anide una de las historias de amor más poderosas que hayamos podido ver en mucho tiempo; un amor infantil, sí, pero no por eso (o quizá, precisamente, por eso) infinitamente más potente que tantos otros machacados por los tópicos y las convenciones. Y de ahí su imparable capacidad para emocionar, para sobrecoger, para dejarte conmovido hasta la médula, para darte cuenta de que no has asistido a una película, sino que te ha sido concedido presenciar un prodigio…
Y también para inquietar y desazonar. Desde que la vi el sábado no dejo de preguntarme: «pero ¿cómo?».
Lo mismo me sucede a mí. ¡Y ocurre tan pocas veces…!
M.A, me encanta que hagas referencia a mi crítico favorito 😉
Con qué ganas, compa M.A., me dejas de ver esta peli (que, desgraciadamente, no tengo a mi alcance en la cartelera de mi ciudad); y lo más sangrante es que estuve en la puerta de un cine de Madrid -donde se proyectaba en V.O.-, dispuesto para entrar a verla, y no pude hacerlo por un penoso contratiempo (se me había perdido la tarjeta del banco y no llevaba efectivo -además, me daba vergüenza pedir en la cola, que, quizá, era lo que tenía que haber hecho….-). En fin, ésta no se me escapa, tenlo por seguro. Ah, y excelente tu reseña. Pero eso es como siempre, vaya…
Un fuerte abrazo.
P.S. y felicidades por este nuevo empeño en el que te veo embarcado, y del que no tenía noticia. Ya te iré siguiendo también por aquí.
Muchas gracias. Y eso sí, espero que encontraras al final la tarjeta sin problema, y que los contratiempos se quedasen en que no vieras la película… Eso sí, tienes que ponerle remedio en cuanto puedas.
Un abrazo!
Ha pasado mucho tiempo desde los clásicos chupasangres Max Schreck, Bela Lugosi, Christopher Lee, etc…. Como muy bien muestra esta peli, los vampiros ya no son el problema, son el remedio en esta sociedad enferma. Que corra la sangre!.
Una curiosa forma de verlo, scalope…
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