Por Clara Jiménez Cruz
Cuando Jean-Luc Godard llama a tu puerta, es díficil negarle la entrada después de oír hablar tanto de él, pero es más difícil aún si bajo el brazo trae una película como El desprecio (basada en una novela de Alberto Moravia) y encima viene acompañado de una Brigitte Bardot treintañera.
Para un ojo poco acostumbrado como el mío, esta pequeña joya del cine ha abierto muchas puertas y señalado muchos caminos, entre ellos el de un Godard reflexivo pero aún joven, que deja caer a lo largo del film pequeñas cápsulas de preguntas sobre el amor y las relaciones de pareja, pero también sobre el arte y el cine.
Paul (Michel Piccoli), guionista, y Camille (Brigitte Bardot), su mujer, se encuentran en Roma por asuntos de trabajo del primero: ha sido contratado para reescribir el guión para La Odisea de Fritz Lang. A pesar de que el deseo de Paul es escribir teatro, acepta el encargo para hacer feliz a su mujer económicamente, teniendo que soportar al Sr. Prokosh, productor de la película, y a su secretaria Francesca, que conducen un juego amoroso mutuo y con la primera pareja muy peculiar. Y es aquí donde empiezan los problemas.
En una pareja, muchas veces es necesario sacrificar ciertas partes de la vida de uno por satisfacer al otro, pero el problema empieza cuando uno deja de ser feliz satisfaciendo al segundo. Camille y Paul son un matrimonio sin conexiones vitales, sin un fin de felicidad común que entra en crisis cuando aparecen las terceras personas de por medio, ya que ninguno de los dos siente una necesidad de fidelidad al no existir amor.
Son consideraciones como estas, sobre el amor, la felicidad, el sacrificio; las que se presentan a lo largo del film, acompañadas de profundas reflexiones que el espectador puede optar por atender o ignorar sobre el cine y el arte; sobre la capacidad del creador y la continua pelea con los productores; sobre la necesidad vital de un tipo de imágenes por encima de otras que venderían más. Básicamente, sobre la necesidad vital del ser humano de expresarse por encima de la necesidad de ganar algo a cambio.
Dedicarle un par de horas a una película como esta es algo de lo que uno difícilmente se arrepiente: admirar cómo Brigitte Bardot pregunta si sus hombros son excesivamete picudos; atender a las cínicas conversaciones de directores y productores; u observar cómo conversan dos genios (Lang y Godard) es también una cuestión de necesidades.
Un recomendación muy interesante. En cuanto pueda la veo.
Estoy totalmente de acuerdo con agolmar. También en mi opinión, un artículo muy acertado y de interesante planteamiento que presta a ver o volver a ver, como es mi caso, la película. En mi opinión, una obra maestra.